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Historia de padres e hijos que podrían ser tuya

    Antonio llega todas las noches cansado a casa de trabajar.

    1 hora de camino monótono en coche para ir, y otra al regresar con la única compañia de la radio.

    Cuando sale de madrugada es de noche, y al volver esta oscureciendo.

    A veces se le han cerrado los ojos conduciendo.

    Unas 10 horas de pie al mando de maquinarias pesadas agota a cualquier persona.

    Aun así lo que le da fuerzas es llegar a casa para abrazar a su hija antes de que se acueste a dormir.

     

    Cristina, 30 años.

    Recuerda con pena como su padre cuando llegaba a casa sólo le daba dos besos de buenas noches y la arropaba en la cama.

    Le hubiera gustado que pasara más tiempo con ella jugando.

    O leyendo algún cuento.

    Sin embargo nunca estaba y las pocas horas que si lo hacía, muchas de ellas las pasaba discutiendo con su madre.

     

    Dos puntos de vista.

    Dos realidades.

     

    Como cuando vas al cine y al salir de ver la película os contáis que os ha parecido. Cada uno lo siente de una manera y se ha fijado en ciertos detalles que el otro no.

     

    Nuestros padres quizás estuvieron más presentes de lo que recordamos, dentro de sus posibilidades. 

    Pero hay circunstancias que hacen que tengamos otra perspectiva.

    Cada una la nuestra.

     

    Antonio además de cansado, ni siquiera se le pasó por la cabeza leer un cuento, porque a su vez, a él en su infancia nunca se lo leyeron.

    Sin embargo la motivación de llegar a casa, era la niña de sus ojos aunque no se lo expresara como a ella le hubiera gustado.

     

    En el momento que puedas ponerte en el lugar de ellos, y las situaciones que les rodearon, podrás liberarte de juicios y aceptar lo que fue.

     

    También hay otros padres que simplemente no ejercieron su «papel» porque no se hicieron cargo.

    En este caso la sensación de soledad es aún mayor.

    La ausencia de esta figura en tu vida, con esa edad cuando «más falta te hace» es importante.

    Haber crecido sin ella es normal que te entristezca.

    Y en el peor de los casos también está el padre o la madre que murió de joven.

     

    La herida del abandono, es una de las 5 heridas de la infancia más comunes. 

     

    Podemos llegar a ser desconfiadas. Ya que al no haber tenido esa presencia de manera habitual, de adultos al conocer a alguien de manera afectiva nos produce miedo, tememos ser traicionadas, o ignoradas.

     

    Seguir anclada en el pasado, puede hacer que hoy en día reclames a tu alrededor lo que no te dieron cuando eras pequeña, a personas que realmente no les corresponde.

    Por ejemplo a tu pareja, hijos, o amigos.

    Tu novio/a te puede dar amor de pareja, pero no de padre o madre ausente, y el resto igual.

    No pueden rellenar los huecos que tienes dentro de ti.

     

    Personas que no las «han querido» como les hubiera gustado, es posible que tampoco se quieran a si mismas.

    Por este motivo suelen entregarse por completo a los demás, para de forma inconsciente les sea devuelto siempre que lo necesiten.

    Cuando vuelve a ocurrir que no es como esperan, llegan de nuevo las frustraciones y tristeza.

    Sanar el vínculo con tus padres es el primer paso para unas relaciones sin heridas.

    Donde dejamos de ser dependientes para ser libres a nosotras mismas y demás.

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