Tengo unas sandalias de verano muy escurridizas, que al ir por el paso de cebra camino al trabajo tengo que tener cuidado de no resbalarme.
Solo me ocurre ahí. Debe de ser por la inclinación pendiente que tiene.
La primera vez por poco me caigo dándome un buen susto.
La siguiente vez que pasé por ahí, por casi me ocurre lo mismo.
Confieso que a veces soy despistada y olvidadiza…
Pero a la tercera va la vencida, me acordé y disminuí mi ritmo.
Mi mente lo marcó como algo peligroso y lo cruce despacio, esta vez con éxito.
Te lo cuento para explicarte cómo funciona la amígdala.
Es una parte de nuestro cerebro que entre otras cosas, nos aleja de los peligros para que nos mantengamos a salvo.
Si por ejemplo haces una barbacoa sabes que si te acercas mucho al fuego te puedes quemar.
Pero, ¿A que no te pones un traje ignífugo para evitarlo?
Sería exagerado. No es necesario para asar unas chuletas.
Sin embargo, estar demasiado alerta es algo que les ocurre a las personas que no tienen confianza en si mismas ni de su alrededor.
Ven todo el rato el peligro y se protegen de forma excesiva.
Una de las causas es por una mala experiencia con alguien y el miedo a que se vuelva a repetir.
La manera aquí de refugiarse del «fuego» es construir un muro a su alrededor que se manifiesta de diferentes formas:
-Estar siempre a la defensiva como un gato cuando ve a un perro y se le eriza el lomo…
-Tener el síndrome de la bruja con bola mágica… Ósea pensar que eres adivina y sabes todo lo malo que puede pasar…
-Aislarte
-Tener poca relación social o muchos conflictos con tu alrededor.
Para evitarlo y transformarlo hay que ir al origen.
No para hurgar en la herida, si no para ver qué sucedió y sanar tu presente.
Dejar de estar anclada en el pasado porque ya no es posible cambiarlo:
Pero si tu manera de vivir con ello.
Si quieres mirar hacia delante estas en el lugar adecuado.
Conocerte mejor hará que puedas saber por qué reaccionas y actúas de una determinada manera.
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